André y Raphaël Glucksmann, padre e hijo; el primero, reconocido politólogo y filósofo francés; el segundo, periodista y cineasta destacado, escribieron al alimón un libro de ensayos sobre el movimiento de 1968. La riqueza está en participar en el debate de ambas visiones. Por un lado, el padre que vivió el movimiento; por otro, el hijo nacido once años después de la revuelta de París. Cada cual expone sobre la actualidad de «Mayo del 68».
Roberto Rivadeneyra
«This is the end/ my only friend, the end/
of our elaborate plans, the end/
of everything that stands, the end/
and all the children are insane».
The Doors, «The End»
¿Qué significa el movimiento del 68 para la generación post? 40 años después se sigue escribiendo sobre el tema y es posible encontrar diversidad de opiniones: algunos elogian lo sucedido, lo alaban como un parteaguas en la historia del siglo XX, flujo de posibilidades y libertades, auténtica organización civil apolítica. Otros señalan los intereses de ciertos grupos e ideologías para imponer un gobierno comunista.
André y Raphaël Glucksmann analizan en Mayo del 68. Por la subversión permanente (Taurus, México, 2008) las motivaciones y actualidad del movimiento francés. El libro se enhebra con las opiniones de ambos. Se ayudan de filósofos, politólogos y otras mentes para construir este ensayo a dos voces. Dos voces que, sin embargo, se diversifican en muchas más. Como intelectuales posmodernos, ninguno se encasilla en una sola postura, analizan la situación desde muchas.
«LIQUIDAR LA HERENCIA DE MAYO DEL 68»
Los Glucksmann reflexionan sobre la permanencia del movimiento de 1968. Parten del discurso que Sarkozy pronunció en Bercy antes de ser electo presidente de Francia, donde exhortó a «liquidar la herencia de mayo del 68».
Junto con Raphaël (1979), muchos podemos cuestionar la afirmación del presidente francés. ¿Por qué atacar el 68 cuando se aspira a la presidencia…? ¿No hay problemas más candentes que tratar, escisiones más actuales que asumir, errores más recientes que denunciar? (p. 15)
Las preguntas son válidas, más porque ese 68 es ajeno a un alto porcentaje de la población. Sin embargo, existe un punto donde hay que exigir una respuesta: ¿cuál es la herencia? Si se busca liquidarla es porque continúa vigente y entorpece la vida política.
André (1937), el padre, enuncia el legado que Sarkozy percibe del movimiento francés: crisis de la enseñanza, triunfo del cinismo y del relativismo, reinado de la holgazanería, apología de la delincuencia; todos los pecados de la actualidad tendrían su origen en el caso del 68. (p. 16)
Y se pregunta si es válido culpar al 68 de los vicios de la actualidad. Esta postura bolchevique-bonapartista (bo-bos) pretende cerrar los ojos a los acontecimientos históricos y acallar las voces preexistentes donde el relativismo y el nihilismo se adueñaban de la sociedad. Los bo-bos, como los llama Raphäel, su hijo, acusan a esa rebelión de trasgredir los valores de la sociedad francesa, de resaltar la apariencia sobre la verdad.
El análisis de estos autores me lleva a pensar que esta divergencia puede rastrearse a principios del siglo XX con la Primera Guerra Mundial como punto de partida y la segunda guerra como las indudables causantes del escepticismo en la razón. Si la racionalidad que se erige como esencia del hombre puede crear un artefacto como la bomba atómica, ¿por qué entonces debo seguir pensando racionalmente?
Relativismo, escepticismo y, en concreto, nihilismo son consecuencias de un mundo ensimismado en el positivismo. La ausencia de humanidades en las aulas y la excesiva fe en el progreso tecnológico miraron con auténtico asombro la destrucción de Hiroshima y Nagasaki y se sorprendieron al saber de la existencia de los campos de concentración nazis y rusos.
Si esta es la herencia que Sarkozy quería aniquilar en su discurso de Bercy, quizá no debió referirse a «Mayo del 68», sino a «Agosto del 45» (las bombas atómicas).
EL ESPÍRITU MUTILADO
Raphaël considera que las palabras del presidente francés tienen en la mira otro objetivo: el liberalismo. Prohibido prohibir rezaba un graffiti dentro de la Sorbona, junto a otro: Todo es posible. Las banderas rojinegras lindaban con los pósters de Marx, Lenin y Mao y este par de eslóganes, que se convirtieron en la motivación principal de los jóvenes que exigían derechos y libertades académicas.
Se lee en los ensayos de los Glucksmann que para muchos el 68 nos regaló la democracia, los derechos humanos y la libertad de expresión. En efecto, ciertas bondades surgieron a partir de los movimientos estudiantiles, no sólo en Francia, sino en el resto del mundo. Pero, ¿la democracia?, ¿los derechos humanos? y ¿la libertad de expresión? Haría falta ser sumamente ingenuo para pensar que allí están las semillas democráticas, humanísticas y expresivas de las que hoy gozan algunos países.
Los liberales-libertarios (lib-libs) vieron en «Mayo del 68» la ranura por la cual se infiltró la apertura de mercado. Su elogio, sin embargo, es exagerado. El consumismo existía desde antes, aunque es cierto que la rebelión aceleró el proceso.
Las bases de ese laissez faire son aún más delicadas. Los tabúes y las reglas que estructuran toda colectividad ceden frente a mis deseos y mis ansias. Cantaron: «Vivamos sin tiempos muertos, gocemos sin trabas», y yo voy de objeto de consumo en objeto de consumo, de placer en placer. (p. 59)
Esa liberalidad se atropelló a sí misma. Luchar por la libertad desde la libertad es una tautología. Si se me da la posibilidad de exigirla, ¿cómo es que exijo libertad? Tal demanda encontró, no la libertad, sino la opresión, la esclavitud de la razón por los placeres. El espíritu que buscaba volar mutiló sus propias alas. Y continúa explicando Raphaël:
«Disolvieron la nación en la sociedad, la Historia en la actualidad, las ideas en las emociones.» ¿Qué mosca les picó? La situación económica no era mala en la primavera del 68; el poder, ni más ni menos represivo de lo habitual; la izquierda, ni más ni menos dormida; el PC [Partido Comunista], ni más ni menos impotente, y los grupúsculos izquierdistas, ni más ni menos revolucionarios. (p. 60)
¿Entonces qué cambió? ¿Qué nos heredó? ¿Por qué los liberales pusieron tanto énfasis en ejecutar este movimiento? Las respuestas parecen turbias.
FRENTE A UN NUEVO TIRANO: EL CONSUMISMO
A diferencia de lo sucedido el 2 de octubre de 1968 en México, Francia presume no haber derramado gota de sangre. André explica el acontecimiento de mayo con un par de vocablos: espectáculo y sublime. Espectáculo porque el movimiento trascendió el tiempo y el espacio y lo reconoce gente que ni siquiera fue parte de él. Sublime en tanto que es un golpe de consciencia y el ser humano se enfrenta a algo que supera su entendimiento. (Cfr. p. 135)
Las ideas de André encuentran eco en las de su hijo quien piensa que el giro revolucionario se ha volcado sobre sí mismo. Hoy las revoluciones son espontáneas, imprecisas y exentas de ideología política. La revolución no se anuncia, se ejecuta y asombra incluso a los mismos que la componen. Lo menciona Raphaël: El papel clave de las masas distingue los golpes de Estado de las revoluciones. (…) La invención genial de Mayo, su revolución en la revolución, es la transferencia de la violencia, consustancial a toda insurrección, al dominio simbólico. (p. 197)
Agrega que los símbolos son el nuevo lenguaje de la realidad. Hoy vivimos bombardeados por representaciones. El hombre ha dejado de observar, capacidad para encontrar la verdad, porque ahora está inmerso en un cosmos inventado para y por él. La figura del Estado también cedió terreno. ¿Contra quién rebelarse si el objeto de rebelión ya no existe?
Ahora otro elemento de la sociedad cumple esa función: el consumismo. El nuevo tirano, el que oprime la consciencia y subyuga la razón a las emociones. Su control es absoluto, no obstante, sólo es un concepto abstracto. La revolución de «Mayo del 68» derrocó más que a Charles de Gaulle, a la capacidad de los hombres por ser humanos, por perfeccionarse. Si Todo está permitido, nada es correcto, nada es incorrecto, no queda nada por perfeccionar.
POR LA SUBVERSIÓN PERMANENTE
El liberalismo, dice Raphaël, (…) se ha forjado en las ciudades, el lodo, los talleres, las guerras, las bibliotecas, las asambleas, las huelgas y los bancos de los siglos XV y XVI. (p. 223)
La idea que plantea alude al Renacimiento como origen y sustancia de la revolución capitalista contra la que se luchó en París, en la Sorbona, en mayo. El Renacimiento, ese periodo donde el espíritu europeo surgió, ese momento donde la cultura integró al hombre y la ciencia con la fe, donde se retomaron las bases de nuestro ser Occidental y se encendió la chispa del pensamiento universal, también desatrancó las puertas capitalistas.
Los orígenes de la revolución permanente se encuentran según el mismo autor en los avances científicos de los siglos XV y XVI cuando el hombre deja de ser el centro de la Creación, la Tierra ya no es plana, se descubre América, surgen las conmociones económicas y aparecen las guerras civiles teológico-políticas. El viejo mundo había dejado de existir, el mundo futuro no existía todavía: el hombre se movía en un intervalo, descentrado, dislocado, deslocalizado, positivamente indeterminado. Nada es seguro, «todo se torna posible». (pp. 202-203)
La búsqueda por cambiar, renovar y sustituir viejos parámetros no es nueva. Acompaña el curso de la historia. «Mayo del 68» fue otro de esos momentos donde la juventud y los intereses políticos confluyeron para impulsar nuevos órdenes que ignoraron fronteras. El gobierno en el poder nunca imaginó, sin embargo, los alcances de estos cambios.
Explica André que la famosa consigna de Mayo –«La imaginación al poder»– es dual. Por un lado, el poder se deposita en el imaginario colectivo. Este imaginario, al ser abstracto, sólo consigue su autoridad por medio del temor y respeto que de él tiene el pueblo. A su vez, la imaginación es la única que puede derrocar un ente abstracto como este, pues finalmente fue ella quien le otorgó su fuerza y gobierno. (Cfr. p. 197)
Concluyo con unas palabras de Raphaël: Invito al lector a que viaje –más allá de las depres posmodernas, las nostalgias posmarxistas, los autismos poshistóricos– al corazón de la aventura subversiva contemporánea para degustar el delicioso vértigo de un mundo en revolución permanente. (p. 194)
[Publicado en istmo 298, septiembre-octubre de 2008.]