15.10.09

Intolerancia al ruido

En ocasiones me pregunto qué hago viviendo en esta ciudad (o en cualquiera, en realidad el adjetivo que la acompañe me es indiferente). Por naturaleza las ciudades tienen, entre otros males, el de la contaminación auditiva. ¡Sí! El ruido también contamina.

No soporto los sonidos que no son eufónicos. Nada me altera más por las noches que escuchar el ruido de una sirena (sea de bomberos, ambulancia o policía), el pitido de un camotero, las turbinas de un avión, el cláxon del vecino que anuncia su llegada. En este momento, mientras trabajo --al menos eso intento con el ruido exterior-- me he levantado al menos cinco veces para asomarme por la ventana para identificar el ruido: un camión de basura, un camión de refrescos, martillazos de una construcción, los cláxones que tocan los automovilistas desesperados (con lo que sólo logran contagiar su desesperación), el escape de una moto. Y cómo olvidar los escapes de los tráilers en las carreteras, los cohetes en las ferias, las matracas en los estadios.

Tan bonitos y elegantes que son los sonidos de la naturaleza, caray.

14.10.09

Día de la Raza


Este lunes se celebró un aniversario más del descubrimiento de América. Ese día cuando me levanté y prendí las noticias mientras me metía a bañar y luego mientras me vestía pasaron una imagen de la estatua a Colón que hay sobre Reforma, una de las principales avenidas en la ciudad de México. Y entonces me quedé pensando, ¿por qué darle a Cristóbal Colón una estatua y no también a Eric el Rojo, Américo Vespucio y Martín Waldseemüller?

Cristóbal Colón, ya todos lo sabemos, nunca se enteró de que había descubierto un nuevo continente. Murió creyendo que había encontrado una nueva ruta a la India. Quien realmente se percató del descubrimiento fue Américo Vespucio, navegante italiano, quien tras estudiar las anotaciones de Colón concluyó que éste había llegado a un continente nuevo. Por eso este nuevo continente fue bautizado como América y no como Cristobalia o Colonia o algo similar. Finalmente, fue el cartógrafo alemán, Martín Waldseemüller, quien trazó el primer mapamundi que incluye a América como continente.

Como pueden notar en el mapa que acompaña a esta reflexión, lo que se conocía de América era precario. De la Florida hacia abajo... ni el resto del actual EUA ni Canadá estaban señalados. Y aquí es donde inserto al otro personaje mencionado, Eric el Rojo, quien descubrió una "tierra verde" que hoy conocemos como Groenlandia y que también forma parte del continente americano. Uno de los hijos, Leif Eriksson, fue el primer europeo en llegar a Canadá en el siglo XI dC.

¿Por qué, entonces, no reconocemos también la labor de todos ellos y sólo la de Colón? Propongo la creación de estatuas de Vespucio, Waldseemüller y, al menos, Eric el Rojo.

9.10.09

El diminutivo maquilla la realidad

Espero tener listo para la siguiente semana el texto sobre las falacias del aborto que estoy preparando. Hoy hablaré de otra cosa. Algo que lleva días, meses y tal vez años dándome vueltas en la cabeza y que ahora comparto tras ciertas reflexiones.

Cada vez soy más intolerante a los diminutivos. Es más, ni siquiera entiendo para qué sirven, para qué se crearon, por qué los aceptamos como parte del lenguaje. Sucede que creo en la verdad y ésta no está sino en la realidad. Pero la realidad sólo la conocemos por medio del lenguaje: sólo cuando puedo nombrar una cosa es que realmente puedo decir que la conozco. A su vez, pensamos bajo una estructura dictada por el lenguaje. ¿Por qué, entonces, disminuir a las palabras? Hijito, Pedrito, florecita, agüita, relojito, tecito, cariñito, amorcito...

Mi conclusión es que quien utiliza diminutivos en su lenguaje diario tiene un problema de realidad. Me explico. Para ello utilizo una frase de TS Elliot: "El hombre es capaz de muy poca realidad". Ver la cosas como son es más complicado de lo que parece --y se dice--. La verdad, como ya anticipé, se funda en el conocimiento de la realidad: el árbol, la manzana, el ser humano... De manera que si nombro a esa realidad diminutivamente estoy reduciendo su carga ontológica a algo que me resulta más accesible a mis parámetros de verdad. Sencillamente la realidad es muy "pesada" para soportarla. Se convierte en una lápida que hay que cargar y por eso la cincelo con cada sufijo -ito o -ita.

Otro principio de la verdad es el de la sinceridad --que acompaña también la honestidad--. Pero ser sinceros es decir las cosas con las palabras justas. Utilizar diminutivos no es hacer buen uso del lenguaje, no es utilizar las palabras justas. Es utilizar las palabras que me permiten aligerar la carga que implica hablar de la realidad, porque, insisto, me pesa. Y claro que la verdad pesa, pero pesa más cuando la hemos querido cincelar. Entre más martillazos le damos, más carga colocamos sobre nuestros hombros (¿nuestra mente?), pues ahora no tengo que cargar una piedra, sino millones... y la cantidad infinita es un lastre mental.

El maquillaje se utiliza para exaltar ciertos rasgos y ocultar otros. Pero la realidad no necesita maquillaje, pues la realidad es. Más nos vale acostumbrarnos a verla tal cual es si no queremos que un día, al despertar, tengamos un infartito al miocardito que nos mande a la tumbita.