27.3.07

El trece

Es curioso, pero ahora que he estado viajando he notado algo sumamente peculiar. Ya me lo habían comentado alguna vez, pero nunca presté demasiada atención. Seguro exageraban, pensaba. Pero no, es real. ¡Qué contradicción! ¡Es real la superstición hacia el número 13! En todos los hoteles donde me he hospedado tienen aversión por este número. No hay pisos trece, ni cuartos con el número trece. Tampoco en los aviones. De la fila 12 pasamos a la 14, así sin más, sin respetar el orden aritmético que los árabes descubrieron.

De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, la superstición es una "creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón". También la define como "fe desmedida o valoración excesiva respecto de algo". Resulta increíble que empresarios tan poderosos como los hoteleros y las aerolíneas crean en la maldición del número trece; ellos que manejan el dinero y lo multiplican con sus métodos y estrategias, sucumben ante la falacia de la superstición. Increíble.

Sin embargo, parece más una leyenda que algo real. Si lo fuera, todos aquellos nacidos en el día 13 deberían suicidarse porque puros males les acecharán. Existen varias explicaciones sobre por qué el número trece es de mala suerte. Una dice que porque la suma de 1 más 3 es 4 y éste es un número maligno. Pongo en duda esta primera explicación, pues de ser cierta no tendríamos cuatro evangelistas y en estricto sentido el número de la mala suerte sería el 4, no el 13.

Otra explicación hace alusión a la última cena de Jesús. Se dice que estaban sentados a la mesa once apóstoles y Jesús cuando llegó Judas (el trece). Sin ebargo, la idea de que este número es de mal agüero se remonta a los griegos y a la mitología nórdica. Hesíodo prohíbe la siembra en los días trece por ser un mal día para hacerlo. Los nórdicos cuentan que la muerte de Baldo (dios de la luz) a manos de su gemelo Herder (dios la oscuridad) se debe al encuentro que tuvo Locki en el lugar de los juegos de los doce dioses siendo él el trece.

Dicen que en martes trece ni te endeudes ni te cases. El viernes trece está asociado al terror. El Apocalipsis, libro de la Revelación, curiosamente dedica el versículo 13 al Anticristo. Finalmente, en el Tarot la carta XIII es la asociada a la Muerte.

Anécdotas, coincidencias e historias, pero ningún argumento. No hay una pizca de lógica tras esta superstición (¿acaso tras alguna la hay?). Yo le agrego un nuevo elemento. Cualquier rey en la baraja francesa equivaldría al número trece de la carta. ¡Ay nanita! El rey es el mismísimo chamuco. Ahora ya saben, cuando jueguen póker o black jack, eviten esa carta infernal, ya ven que si logran llevarse la mano como consecuencia de su "fortuna", sólo estarán afirmando lo que los supersticiosos ya saben. Con razón se canta por allí: "Money, the root of all evil today".

22.3.07

No hay nada como volar

De niño una de mis fascinaciones, además de los deportes, eran los aviones. Tengo muy gratos recuerdos de cuando mi papá me llevaba a Hangares a ver aterrizar y despegar los aviones. ¡Increíble! De hecho, puedo presumir que me tocó la época del Concord. ¡Así es, me tocó ver y escuchar al Concord en vivo! A este maravilloso avión -al cual nunca pude subirme por obvias razones de mucho, pero mucho peso- lo vi aterrizar en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México. Todavía remembro la hora y el día de arribo de dicho avión: las 5 de la tarde de los sábados. Cuando no podía ir a verlo aterrizar subía a las 4:30 a la azotea de la casa y lo veía pasar por encima de mi cabeza.

En otra ocasión, cuando me subí en un avión para ir a Nueva York, viví una experiencia propia de película Hollywoodense. Recuerdo que la aerolínea era Eastern Airlines. Toda la familia, incluido mi primo, viajábamos a esa asombrosa ciudad cosmopolita también conocida como la Gran Manzana. El viaje tendría una escala en Carolina del Norte donde recogería a más pasajeros para de allí volar hasta nuestro destino. Todo sucedía de acuerdo a los planes cuando al despegar de Carolina del Norte se sintió un pequeño golpe debajo del avión. Yo iba sentado a la altura del ala derecha, junto con mi primo. Pasó.

Cuando estábamos por llegar a la Ciudad de los Rascacielos el piloto nos informó que al despegar de Carolina del Norte perdimos un tren de aterrizaje (ese fue el trancazo se se sintió). El plan era el siguiente: sobrevolar Nueva York -vi la Estatua de la Libertad como diez veces- hasta perder todo el combustible que traía el avión y, como recién había llenado su tanque, serían otras tres horas de vuelo aproximadamente. Una vez que el avión tuviera el mínimo de combustible intentaría un aterrizaje forzado en el Aeropuerto Internacional J.F.K. de la ciudad de Nueva York. Una vez comunicado esto, una azafata se desmayó y la tensión entre los pasajeros creció.

A mi papá, dado que iba sentado junto a una salida de emergencia, se le instruyó en la forma de abrir la puerta, accionar el tobogán y aventar a los pasajeros por el mismo. Todos debíamos quitarnos los zapatos a la hora de hacerlo. El riesgo más grande que corríamos era que la fricción que se generara entre el tren de aterrizaje roto y el pavimento pudiera desencadenar un incendio.

Se acercaba el momento de medir las habilidades del piloto para hacer aterrizar un avión que carecía de uno de sus trenes de aterrizaje. La preocupación aumentaba. La azafata logró volver en sí. El piloto enfilaba el avión hacia la pista de aterrizaje. Para cuando el avión estaba en la pista había camiones de bomberos, patrullas, ambulancias por todos lados, que iban a nuestro lado como si se tratara de una persecución. Fue realmente increíble. Afortunadamente no hubo necesidad de utilizar nada, pues el trabajo del piloto fue tan bueno que puedo decir que es el aterrizaje más suave que he sentido. Incluso le daría el calificativo de perfecto. ¡Vaya emoción! Yo tenía apenas 8 años.

A pesar de tal experiencia, mi gusto por volar no ha disminuido y cada que me subo a un avión recupero esa emoción infantil por lo desconocido; ese asombro por las cosas. Espero que pronto mi hijo también pueda vivir la experiencia de volar en un avión.

16.3.07

I'm back!

Amigos,

Por fin he vuelto. Debido a cuestiones laborales el último mes me la he pasado de pata de perro. He ido aquí y allá y más allá y más acá. Conocí lugares del país a los que nunca había ido y hubo cosas que me gustaron. Por ejemplo, en una semana visité Torreón y Guadalajara. Torreón es un lugar pequeño, con un gran atractivo que es el Cristo de las Noas. Es bastante impactante. De hecho, es el tercer Cristo más grande de Latinoamérica (desconozco si hay de estos cristos en otras partes del mundo). Está en la cima de un cerro y al llegar hay una iglesia y varias capillas que rodean una ladera del cerro. El ambiente queda permeado por la música sacra. Cantos gregorianos se escuchan por donde se camine. El lugar también sirve como mirador de la ciudad y lo curioso es que desde allí se pueden ver dos estados colindando: Durango y Coahuila. Recomiendo un restaurante en Torreón donde se come muy bien, se llama La Majada.

Luego viajé a Guadalajara. He de confesar que tengo un problema con esa ciudad y es que me parece que Guadalajara es la cuna del machismo mexicano. Los mariachis no son santo de mi devoción y el tequila nunca ha sido una bebida que aprecie mucho. Siempre preferiré la cerveza, aunque esto tal vez lo publique en otra ocasión. Lo que sí tengo que mencionar aquí es que en Guadalajara abunda la belleza femenina. No sé si no comen bien, padecen trastornos psicológicos o simplemente tienen una genética privilegiada, pero qué guapas son por allá las chamacas. En la Perla de occidente, como algunos le llaman, probé un platillo exótico delicioso: quesadillas de pétalos de rosa. ¡Qué delicia! El restaurante obligado cuando anden por allá es Sacro Monte. Excelente servicio y platillos suculentos.

Otro día viajé a León. La experiencia en el avión fue particular. Me fui en Aeromar, "La línea aérea ejecutiva de México", y vaya experiencia. Para comenzar les diré que son aviones de doble hélice. Cuando lo vi pensé que una turbulencia nos azotaría sin lugar a duda contra el piso. Para mi suerte, me tocó el asiento 1C, con la novedad de que sólo existen dos asientos de primera fila, 1C y 1D (evidentemente no existe la Primera Clase). Lo propio de mi lugar era que tuve la fortuna de observar al resto de los pasajeros durante la hora que dura el vuelo a León. Así es, mi asiento es volteado. León es una ciudad que me agradó bastante. Podría ser una buena opción en algún momento. Mi favorita sigue siendo Querétaro, pero León no desmerece.

Monterrey fue la siguiente escala. El clima estuvo muy agradable. El cielo despejado me permitía comprender empíricamente la razón del nombre de la ciudad. Montes por todos lados, aunque eso sí, pelones todos. Sin embargo, me parece que tienen su atractivo. Aquí tuve el gozo de hospedarme en un hotel que estaba frente a la vía del tren y, a diferencia de la ciudad de México, aquí sí pasa el tren de carga con harta frecuencia. El colmo fue cuando a las 3 de la madrugada escuché el pitido del tren -porque han de saber que además frente al hotel está el curce sin pluma, por lo que al tren no le queda otra opción que hacerse sonar para evitar que los automóviles se crucen. Que me despierto como bólido y al asomarme por la ventana comprobé que no era una pesadilla, el tren estaba efectivamente cruzando la calle. ¿A quién se le ocurre construir un hotel frente al cruce de un tren?

El último viaje fue a Hermosillo. Tiene su atractivo. El calor es sumamente seco. Es un lugar pequeño, de apenas un millón de habitantes. Pero no importa si hay pocos habitantes porque las habitantes son hermosas por allá. Es una belleza muy particular. La carne allí es sabrosísima. De comer pedí una arrachera que, además de gigante, estaba jugosa, rica. En otra ocasión fuimos a comer a un restaurante llamado Los Arbolitos. Allí venden mariscos, pero la carta de mariscos es realmente para asombrarse. Hay cosas que uno nunca había escuchado como Camarones a la Cordon Blue, Camarones Mignon, Machaca de Jaiba y muchos más que en este momento no recuerdo. Yo pedí los Camarones a la Cordon Blue y qué cosa tan deliciosa. Eran camarones empanizados, rellenos de jaiba y con una capa de queso gratinado en cima. Un par de cervezas Indio acompañó semejante exquisitez. De postre ordenamos unas Coyotas. Son unas galletas rellenas de piloncillo. Pídanlas, no se arrepentirán.

Lo que de estos viajes concluyo es que debería existir algún tipo de plan por parte del gobierno para que los mexicanos pudiéramos conocer mejor nuestro país. Todo tiene su belleza, todo su tradición. A ninguno de los lugares que fui me arrepiento de haberlo conocido. Tal vez de lo que más me arrepiento es de haber regresado a esta monstruosa ciudad.