31.10.06

El metro es un circo

Hoy tomé el metro saliendo del trabajo. En realidad es muy sencillo y es una ruta muy cómoda. Me subo en el metro Tacuba y me bajo en Portales, sin necesidad de transbordar, sin el estrés del tráfico (que con las marchas se pone cada vez peor... ¿cuándo comprenderemos los mexicanos que la civilidad es fundamental en la sociedad? Bloquear calles no lo es.) y lo mejor es que la mayor parte del tiempo logro sentarme, lo que me permite leer durante el trayecto que al menos dura media hora. Así he leído durante lo que va del año una docena de libros.

Es inevitable convivir con los ambulantes, los "ciegos", los "de la calle", los faquires que están dispuestos a cualquier cosa por unos centavos. Es denigrante toparse con esto en el metro. He visto ciegos que saliendo del metro caminan muy bien, doblan su bastón y son uno más en la calle. He visto cómo niños de la calle exageran la tonada para que los pasajeros creamos realmente que su origen es la calle. Aunque las autoridades del metro prohíben la venta de piratería dentro de las instalaciones, también he visto muchos (demasiados) ambulantes (prácticamente uno por estación). Es muy molesto porque voy leyendo y cuando menos lo espero tengo la bocina en mi oído a un volumen escandaloso que busca captar la atención del posible comprador, quien por diez pesos muchas veces compra un disco en blanco. Pero hay dos cosas que me molestan aún más: las señoras que se arrastran por todo el vagón haciendo las veces de un bolero y los faquires.

La primera vez que me sucedió me asustó, pues nunca esperé que un ser humano estuviera arrastrándose por el piso del vagón con un trapo tratando de limpiar los zapatos de los pasajeros. Sobresalté, miré hacia abajo y me encuentro con una señora mayor con rostro desencajado pidiéndome una limosna. Grotesco.

El segundo, el faquir, es aún más desagradable por todo lo que representa. Un ser que en una franela trae vidrios rotos de todos los tamaños, texturas y colores que se puedan imaginar. Lo coloca en una de las entradas al vagón y comienza a hacer piruetas cayendo de espalda y de pecho contra los vidrios, al tiempo que reza una cantaleta: "Perdonen las molestias que esto les ocasiona, pero más les molestaría que me llevara sus billeteras. Es desagradable, pero es honesto". ¿Qué? ¿Acaso el que no me asalte le da permiso para exhibirse de esa forma frente a los pasajeros? ¿Qué tipo de razonamiento es este? Hay dos formas de llamarlo: Chantaje o, en lógica, Ad misericordiam. Darle dinero a alguien porque se clava vidrios, voluntariamente, en el cuerpo es totalmente irracional. Quien lo hace fomenta que esa persona siga atentando contra sí misma e, incluso, contra el pasaje. Porque realmente se dejan caer sobre los vidrios. He visto los hilos de sangre que escurren de sus espaldas.

Hoy, decía al inicio, me regresé en el metro. Dos estaciones antes de llegar a mi destino apareció uno de estos faquires. Frente a mí había una familia sentada (padre, madre e hija). En cuanto el señor comenzó con su acto circense la niña (como de 10 años) volteó el rostro. No podía ver un acto tan antinatural. Con asco les preguntó a sus papás que por qué el señor hacía eso. La mamá le dio una explicación. Nadie en nuestro vagón le dio un peso y se cambió de vagón para repetir su acto.

¿Cuándo el chantaje dejará de ser el medio para conseguir los fines? ¿Cuándo podremos viajar en el metro sin tener que ser testigos de actos por los cuales no pagamos para ver? ¿Cuándo el mejor transporte público que existe en la ciudad de México, y uno de los más limpios, dejará de servir de pista a todos estos cirqueros?

Naturaleza perfecta


La perfección no existe entre los seres humanos. Las formas perfectas son productos de la continua mentalidad del hombre por sentirse dios. El círculo de 360 grados sólo habita en los recónditos laberintos de la mente. ¿Por qué entonces concebimos un concepto como el de perfección? ¿Realmente se nos introduce al nacer, como afirma Descartes? De ser así, ¿quién lo introduce? ¿Cuál fue el parámetro que hemos tomado para albergar semejante monstruosidad? Ya es un cliché hablar de la perfectibilidad del ser humano. No por ello deja de ser menos cierto que los seres humanos podemos mejorar lo que hacemos. Mi duda es, ¿siempre podemos mejorar o existen límites? Al observar la realidad me percato más de los límites que existen que de lo contrario. ¿Por qué, entonces, nosotros pensamos que podríamos ignorar lo evidente?

De hecho, aquí está lo interesante. La realidad está limitada y, hasta donde sabemos, eso incluye al universo, que si bien está en expansión continua, no hay materia nueva, sino la misma que existió desde la Gran Explosión, sólo que abarcando más espacio. (En este momento no me meteré a la discusión de cuál es el espacio que dicha masa está ocupando; si es un vacío o un lugar hueco.) Parece ser, entonces, que la idea de perfección sí tiene un referente tangible. Todo lo limitado nos lo recuerda, reminiscientemente, una y otra vez. La perfección es el límite total. Alcanzada la perfección el movimiento deja de existir, porque como bien lo advirtió Heráclito, el movimiento es cambio. Lo perfecto no puede cambiar, porque entonces no sería perfecto.

La inmovilidad de la perfección me recuerda a una estatua que, incapaz de expresión alguna, está allí. Pensemos en una estatua humana. Tomemos El pensador de Rodin. Ese ser que sentado sobre una piedra está en una actitud de análisis, dilucidando tal vez el misterio del mismo ser humano, resolviendo la dualidad y contradicción que habita en cualquier hombre, no puede dejar de pensar. Sería imposible que nos comunicara sus conclusiones, que se levantara efusivamente para compartir unas palabras. Lo que imposibilita esto es la naturaleza de El pensador. Una estatua no debe hablar, moverse, gesticular, llorar o reír. Su condición, dada por el escultor, es la de permanecer por siempre como fue concebida y esculpida.

El ser humano, por el contrario, tiene una naturaleza cambiante. La rigidez no es propia de nosotros. Desde el instante en el que el espermatozoide fecunda al óvulo el movimiento es incesante. A diario se nos mueren células que sustituimos por nuevas. El cabello crece, las uñas, nuestros huesos y músculos también. Incluso cuando hemos alcanzado el crecimiento físico "total" hay movimiento. La sinapsis es otro ejemplo de ello, que ya sea despiertos por medio del análisis o dormidos arrojándonos imágenes para soñar, mantiene las células cerebrales en movimiento. Los únicos objetos que se mantienen estáticos (y esto también habría que revisarlo ya que los electrones, protones, neutrones y demás partículas subatómicas nunca reposan) son aquellos que nosotros creamos o los inertes. Si lo dudan, tomen una cámara en la cual puedan dejar abierto el diafragma por un segundo o dos y enfocar a cualquier ser humano. Al tomar la fotografía el ser humano fotografiado saldrá ligeramente movido, así hayan sido sólo dos segundos, mientras que los objetos circundantes, no.

Podemos querer hacer las cosas lo mejor posible (pero incluso eso ya implica una subjetividad, pues, ¿qué es lo mejor?). Ser perfectos como personas es imposible. Realizar obras perfectas también. La perfección es un paradigma a seguir que debemos saber nunca alcanzaremos mientras estemos vivos. No podemos ser estatuas ni aún queriéndolo; nuestra naturaleza impondría lo que es. La naturaleza misma, el universo, está constantemente en movimiento. El único ser que es perfecto en toda la existencia es Dios, pero como la perfección no es una naturaleza propia del ser humano, tampoco entendemos lo que implica una aseveración tan fuerte. Incluso la lógica es coja antes Dios. Lo único válido es la intuición y entonces nos quedamos con un Dios que cada quien percibe a su modo y que me parece, así debe permanecer hasta nuevo aviso.

¿Por qué entonces estresarnos por ser perfectos en lo que hacemos? ¿Por qué violentar nuestra naturaleza de esa forma? Léase que tampoco apelo a la mediocridad, pues ella es consecuencia de la holgazanería. Creo en el equilibrio (¿será el equilibrio la perfección?). Creo que el ser humano debe obedecer a su naturaleza y no olvidar que es un ser racional. La perfección, si es que existe para noosotros, algún día llegará (tal vez sea cuando logremos unir correctamente el binomio naturaleza-razón).

30.10.06

Desayuno dominical


Ayer desayuné un delicioso club sándwich en Coyoacán a las 2 de la tarde. Lo acompañé con una cerveza y una exquisita plática sobre filosofía, budismo y encuentros mayas. Ordené el club sándwich, que insisto estaba delicioso, porque a las 2 de la tarde ya no sirven desayunos. Desde que era pequeño me preguntaba el por qué de esos horarios en domingo. ¿Que no el domingo es para descansar? Siempre existirán los madrugadores. Bien por ellos. Sin embargo, habemos otros que gozamos la calidez de las sábanas a las 11 o 12 del día. ¿Qué tiene de malo eso? ¿Qué tiene de malo tomar el primer alimento entre la 1 y las 2 de la tarde? ¿Por qué si quiero desayunar fuera de casa a esa hora no puedo ordenar huevo con jamón acompañado de un par de panes tostados y un jugo de naranja grande? Al parecer, las reglas establecidos por los comercios restauranteros están regidas por la costumbre del madrugador. Los que escogemos vivir de noche y dormir de día tenemos que desayunar la comida, qué ironía (una ley de la vida).