11.2.10

Alegoría del Carro alado

"Sobre su inmortalidad, pues, basta con lo dicho. Acerca de su idea debe decirse lo siguiente: descubrir cómo es el alma sería cosa de una investigación en todos los sentidos y totalmente divina, además de larga; pero decir a qué es semejante puede ser el objeto de una investigación humana y más breve; procedamos, por consiguiente, así. Es, pues, semejante el alma a cierta fuerza natural que mantiene unidos un carro y su auriga, sostenidos por alas. Los caballos y aurigas de los dioses son todos ellos buenos y constituidos de buenos elementos; los de los demás están mezclados. En primer lugar, tratándose de nosotros, el conductor guía una pareja de caballos; después, de los caballos, el uno es hermoso, bueno y constituido de elementos de la misma índole; el otro está constituido de elementos contrarios y es él mismo contrario. En consecuencia, en nosotros resulta necesariamente dura y difícil la conducción.


Hemos de intentar ahora decir cómo el ser viviente ha venido a llamarse "mortal" e "inmortal". Toda alma está al cuidado de lo que es inanimado, y recorre todo el cielo, revistiendo unas veces una forma y otras otra. Y así, cuando es perfecta y alada, vuela por las alturas y administra todo el mundo; en cambio, la que ha perdido las alas es arrastrada hasta que se apodera de algo sólido donde se establece tomando un cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo a causa de la fuerza de aquella, y este todo, alma y cuerpo unidos, se llama ser viviente y tiene el sobrenombre de mortal. En cuanto al inmortal, no hay ningún razonamiento que nos permita explicarlo racionalmente; pero, no habiéndola visto ni comprendido de un modo suficiente, nos forjamos de la divinidad una idea representándonosla como un ser viviente inmortal, con alma y cuerpo naturalmente unidos por toda la eternidad. Esto, sin embargo, que sea y se exponga como agrade a la divinidad. Consideremos la causa de la pérdida de las alas, y por la que se le desprenden al alma. Es algo así como lo que sigue.

La fuerza del ala consiste, naturalmente, en llevar hacia arriba lo pesado, elevándose por donde habita la raza de los dioses, y así es, en cierto modo, de todo lo relacionado con el cuerpo, lo que en más grado participa de lo divino. Ahora bien: lo divino es hermoso, sabio, bueno, y todo lo que es de esta índole; esto es, pues, lo que más alimenta y hace crecer las alas; en cambio, lo vergonzoso, lo malo, y todas las demás cosas contrarias a aquellas, las consume y las hace perecer. Pues bien: el gran jefe del cielo, Zeus, dirigiendo su carro alado, marcha el primero, ordenándolo todo y cuidándolo. Le sigue un ejército de dioses y demonios ordenado en once divisiones pues Hestia queda en la casa de los dioses, sola. Todos los demás clasificados en el número de los doce y considerados como dioses directores van al frente de la fila que a cada uno ha sido asignada. Son muchos en verdad, y beatíficos, los espectáculos que ofrecen las rutas del interior del cielo que la raza de los bienaventurados recorre llevando a cabo cada uno su propia misión, y los sigue el que persevera en el querer y en el poder, pues la Envidia está fuera del coro de los dioses. Ahora bien, siempre que van al banquete y al festín, marchan hacia las regiones escarpadas que conducen a la cima de la bóveda del cielo. Por allí, los carros de los dioses, bien equilibrados y dóciles a las riendas, marchan fácilmente, pero los otros con dificultad, pues el caballo que tiene mala constitución es pesado e inclina hacia la tierra y fatiga al auriga que no lo ha alimentado convenientemente. Allí se encuentra el alma con su dura y fatigosa prueba. Pues las que se llaman inmortales, cuando han alcanzado la cima, saliéndose fuera, se alzan sobre la espalda del cielo, y al alzarse se las lleva el movimiento circular en su órbita, y contemplan lo que está al otro lado del cielo.

A este lugar supraceleste, no lo ha cantado poeta alguno de los de aquí abajo, ni lo cantará jamás como merece, pero es algo como esto -ya que se ha de tener el coraje de decir la verdad, y sobre todo cuando es de ella de la que se habla-: porque, incolora, informe, intangible esa esencia cuyo ser es realmente ser, vista sólo por el entendimiento, piloto del alma, y alrededor de la que crece el verdadero saber, ocupa, precisamente, tal lugar. Como la mente de lo divino se alimenta de un entender y saber incontaminado, lo mismo que toda alma que tenga empeño en recibir lo que le conviene, viendo, al cabo del tiempo, el ser, se llena de contento, y en la contemplación de la verdad, encuentra su alimento y bienestar, hasta que el movimiento, en su ronda, la vuelva a su sitio. En esta giro, tiene ante su vista a la misma justicia, tiene antes su vista a la sensatez, tiene ante su vista a la ciencia, y no aquella a la que le es propio la génesis, ni la que, de algún modo, es otra al ser en otro -en eso otro que nosotros llamamos entes-, sino esa ciencia que es de lo que verdaderamente es ser. Y habiendo visto, de la misma manera, todos los otros seres que de verdad son, y nutrida de ellos, se hunde de nuevo en el interior del cielo, y vuelve a su casa. Una vez que ha llegado, el auriga detiene los caballos ante el pesebre, le echa pienso y ambrosía, y los abreva con néctar.

Tal es pues la vida de los dioses. De las otras almas, la que mejor ha seguido al dios y más se le parece, levanta la cabeza del auriga hacia el lugar exterior, siguiendo, en su giro, el movimiento celeste, pero, soliviantada por los caballos, apenas si alcanza a ver los seres. Hay alguna que, a ratos, se alza, a ratos se hunde y, forzada por los caballos, ve unas cosas sí y otras no. Las hay que, deseosas todas de las alturas, siguen adelante, pero no lo consiguen y acaban sumergiéndose en ese movimiento que las arrastra, pateándose y amontonándose, al intentar ser unas más que otras. Confusión, pues, y porfías y supremas fatigas donde, por torpeza de los aurigas, se quedan muchas renqueantes, y a otras muchas se les parten muchas alas. Todas, en fin, después de tantas penas, tiene que irse sin haber podido alcanzar la visión del ser; y, una vez que se han ido, les queda sólo la opinión por alimento. El porqué de todo este empeño por divisar dónde está la llanura de la Verdad, se debe a que el pasto adecuado para la mejor parte del alma es el que viene del prado que allí hay, y el que la naturaleza del ala, que hace ligera al alma, de él se nutre. Así es, pues, el precepto de Adrastea. Cualquier alma, que, en el séquito de lo divino, haya vislumbrado algo de lo verdadero, estará indemne hasta el próximo giro y, siempre que haga lo mismo, estará libre de daño. Pero cuando, por no haber podido seguirlo, no lo ha visto, y por cualquier azaroso suceso se va gravitando llena de olvido y dejadez, debido a este lastre, pierde las alas y cae a tierra".

(Platón, Fedro, 246 d-248 d)

10.2.10

Ideas sueltas sobre el aborto

Hace un par de semanas me topé con un artículo en El Excelsior donde se abordaba, entre otros temas, el del aborto. Reproduzco, con el recurso de mi memoria, una idea que me parece debemos reflexionar: "Afirmar que un embrión de seis semanas es una persona es un acto de fe. De la misma manera, afirmar que un embrión de seis semanas no es una persona es un acto de fe". La tesis sobre la cual el autor (cuyo nombre en este momento olvidé) se yergue es que mientras no podamos comprobar lo uno o lo otro, estamos en un terreno donde la única certeza es la de la creencia particular. Y sobre una creencia se aprobó una ley. ¿Qué nos dice eso del sistema legislativo, no sólo de nuestro país sino de todos los países que buscan despenalizar el aborto?

En México, por ejemplo, el aborto está depenalizado antes de las 12 semanas, pues a la semana 12 y un día el legrado ya se considera un homicidio. Absurdo, ¿no les parece? En primer lugar, ni el ginecólogo más experimentado puede con exactitud determinar el tiempo de gestación. Por ejemplo, yo sé que cumplo años cada 27 de agosto a las 5 de la tarde, que fue la hora registrada de mi nacimiento. De manera que todos los días a las 5 de la tarde cumplo un día más. Cuando uno tiene 33 años este dato es irrelevante, pero cuando estamos hablando de un ser vivo de 12 semanas esas horas cuentan, porque si la máquina del ultrasonido calcula que eso que ve y mide tiene 12 semanas pero en realidad tiene 12 y media, entonces estamos en otro terreno.

¿Cómo puede alguien saber que el legrado que se está haciendo o está haciendo es legal en este límite? ¿Quiere decir que el embrión previo a las 12 semanas es un "no-sé-qué", por lo que puedo deshacerme de él como si fuera mi apéndice? De acuerdo con nuestra ley, ¿a las 12 semanas con un minuto ese "no-sé-qué" ya es un ser humano, por lo que se cometería homicidio si lo quisiéramos abortar? ¿Cómo determinar ese minuto con exactitud? ¿Se puede? ¿Cuál es la diferencia entre ese "no-sé-qué" de 12 semanas y ese "no-sé-qué" de 12 semanas y un minuto? ¿Qué hay de aquello que la medicina --y en específico la embriología-- nos dice acerca de que a las 5 semanas ese "no-sé-qué" ya tiene todos los órganos de un ser humano, ya está totalmente formado y el resto del viaje en el útero es para crecer y perfeccionar su organismo? ¿Por qué no cabe duda de que los asesinos deben ir a prisión cuando matan a gente que vive ya fuera del útero --sea de un día de nacido o de 80 años-- y sí cuando aún protegido por el útero materno se le mata? ¿Sólo porque somos incapaces de definir y acordar lo que un ser humano es? ¿Acaso nuestra visión del mundo y del ser humano se ha reducido a un argumento instrumental? ¿Acaso nosotros mismos ya no nos vemos como personas sino como objetos? ¡Qué triste! Mi única petición ante esto es que los políticos fueran más responsables cuando aprueben leyes que atentan directamente contra los seres humanos. De la misma manera que todo el mundo condenamos el genocidio de Auschwitz, deberíamos condenar cuando se aprueban leyes sin fundamentos científicos. Mientras no podamos demostrar que ese "no-sé-qué" es o no un ser humano antes de la semana 12 de gestación, no podemos aventarnos a despenalizar el aborto como un homicidio. Es una locura...