23.3.08

¿Ironía o sabiduría?

¿Dónde se encuentra la sabiduría?
Harold Bloom
Punto de lectura. México, 2006.
350 págs.


Para los antiguos griegos la búsqueda de la sabiduría era algo serio. «Los orígenes de la filosofía, y, por tanto, de todo el pensamiento occidental, son misteriosos. (…) En realidad, la época de los orígenes de la filosofía griega está mucho más próxima a nosotros. Platón llama “filosofía”, amor a la sabiduría, a su investigación, a su actividad educativa, a la forma literaria del diálogo.»[1]

Es verdad, Platón fue el primero en combinar el amor con la sabiduría, la Philé con la Sophía. Gracias a él la actividad que urde el saber mediante la observación y los silogismos tiene un nombre. Occidentalmente se considera a Tales de Mileto como el primer filósofo. Sin embargo, descartar la filosofía ancestral china o india sería peligroso y falaz, aunque por el momento no navegaré esos cauces y seré muy occidental en mi análisis.

Tales, por ejemplo, buscó el saber en el cosmos. Pudo predecir un eclipse solar (585 a.C.) y darle una explicación científica. Igualmente desarrolló una teoría donde explicaba cuál era el origen —arjé— de todas las cosas. A él le siguieron Anaxímenes, Anaximandro, Anaxágoras, Heráclito, Parménides, Empédocles, Pitágoras, Demócrito y Sócrates. Todos son conocidos como filósofos —si bien algunos se adentraron también en otros saberes— porque buscaban la sabiduría mediante razonamientos lógicos que pudieran explicar lo que veían y pensaban. Es el nacimiento del pensamiento científico, por supuesto.

Platón y el resto que son conocidos bajo dicho título —filósofos— igualmente van tras el saber. Su discurrir es el mismo en casi todos, aunque las conclusiones de cada uno estén matizadas. Eso no importa, pues buscan la sabiduría.

Harold Bloom, en ¿Dónde se encuentra la sabiduría? investiga en otros campos. Desde el principio del libro nos anuncia que para él ésta estará en los textos «sapienciales». In strictu sensu, la literatura. El recorrido del libro abarca desde la Biblia hasta los textos apócrifos, sin perder de vista a su consentido: Shakespeare. En este viaje se detiene en Homero, Platón, Cervantes, Montaigne, Bacon, Samuel Jonson, Goethe, Emerson, Nietzsche, Freud y Proust.

Lo primero que salta es que sólo hay un filósofo sistemático en su lista, Platón, y además, no sale muy bien parado frente a Homero, pues es disecado sólo literariamente. Bacon y Nietzsche son los otros que aparecen aunque del primero sólo le interesan sus Ensayos y del segundo sus aforismos. Hacia el final del libro aparecerá San Agustín sólo para ser comentado por sus Confesiones. El resto de la obra agustiniana, como la de los demás filósofos, le tienen sin cuidado.

Para el profesor de Yale nada superará la sabiduría que existe en la obra de Shakespeare. Casi en el mismo andamio coloca a Cervantes como el creador de la novela moderna. Constantemente identifica a Hamlet con Don Quijote y a Falsfatt con Sancho. Muestra su dominio sobre ciertas obras de la literatura occidental y en ocasiones ilustra. Hay otras en donde aburre. Las citas tienden a ser excesivas e innecesarias. Preferiría escuchar su voz y no tanto la de los autores que menciona.

Algo es claro, la tesis del ensayo es, como ya quedó mencionado, que «la sabiduría se encuentra en los textos literarios». Agregaría un par de elementos más: la ironía y la muerte. «La sabiduría está en las obras literarias donde exista un dejo de ironía y una lección sobre la muerte», debería rezar la última línea de la página 350. Tampoco es sorpresivo el tema de la fatalidad humana; desde el primer párrafo nos advierte que el libro fue re-escrito tras la cercana experiencia con la muerte que tuvo debido a una enfermedad y el dolor de la pérdida de sus amigos. No condeno esto, sino la subjetividad que ello implicó en el desarrollo de la obra.

Leer a Sócrates en los diálogos de Platón es exquisito, además de por la bien cuidada prosa platónica, por la ironía socrática. Esta es un elemento enriquecedor de toda literatura. Un gozo se manifiesta cuando nos encontramos con textos irónicos que, además, resultan iluminadores. Pero, ¿reducir la sabiduría al potencial irónico del escritor en ciernes? La falacia es evidente.

Olvidemos tales afirmaciones y mantengamos la tesis inicial y central. ¿Es posible sostener que la sabiduría radica en la literatura? No hay duda que la literatura está llena de enseñanzas que pueden beneficiar mayúsculamente a las personas. De allí no se sigue la exclusión del resto de las ciencias. El texto se torna interesante si omitimos la tesis central y lo tomamos como un recorrido por la ironía en la literatura occidental. Aunque claro, sería otra obra y a la misma le faltarían varios autores más que sin explicación fueron excluidos de la presente.

«La sabiduría, sea esotérica o no, me parece una perfección capaz de absorber o destruir, según lo que le aportemos», comenta Bloom al inicio de este trabajo. Irónicamente, parece que en la búsqueda por la sabiduría el autor fue destruido por su propio impulso hacia la literatura. He de reconocer que el título es sumamente sugerente. Por desgracia, su pretensión cojea ante las expectativas de un lector de literatura, historia y filosofía.

[1] Colli, Giorgio. (2000). El nacimiento de la filosofía. Tusquets: Barcelona, pág. 13.

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