27.7.07

Visita al psicoanalista III

Lo sé. No tengo pretextos. O tal vez sí los tengo pero no me interesa compartirlos. Siempre he pensado que justificarse es negarse; las acciones deben hablar por uno mismo y no nosotros por nuestras acciones. Cosa más absurda. Existe un hecho rotundo. No he ido a las consultas. Las razones que te dé para justificar mi ausencia pueden resultar baladí o no, al fin y al cabo, accidentales. Sin embargo, como parte de la terapia, te platicaré lo que he estado haciendo y cómo han estado mis pensamientos. Estuve de vacaciones. Fue maravilloso. Siempre había tenido ganas de ir al desierto, internare en él y contemplar la quietud, la ausencia de sonido, la magia de la soledad. Tomé el auto y recorrí por autopista varios estados del país. Algunos paisajes son hermosos, otros cansados, otros tantos tristes y los hay feos también. Llegué al desierto. Una de las cosas que me recomedaron mucho hacer era buscar un chamán y convivir con él durante algunos días. Así lo hice y encontré a Don Juan. Excelente persona. Hospitalaria. Con Don Juan vivían otras personas más, aunque nunca logré detectar su lugar en la choza. Igualmente amables. Lo primero que Don Juan llevó a cabo al arribar a sus dominios fue hacerme una limpia con humo, una plumas de diversas aves que finalizó con una infusión de diversas yerbas. No sabía bien, pero según me dijo, era para purgar mi espíritu de las sombras que cargaba. Otro día, después de horas de pláticas sobre la naturaleza y el ser --en su sentido más puro y filosófico que puedas imaginarse-- me llevó a una planicie donde nos sentamos para respirar la naturaleza y llevar a cabo el siguiente paso del ritual de purificación: comer un gajo de peyote. Esto fue algo completamente nuevo para mí. En mi vida he probado drogas, sintéticas o naturales. Simplemente no me atraen, no las considero necesarias para alterar mi consciencia. Sin embargo, no podía rechazar el noble ofrecimiento de Don Juan. Lo tomé y lo ingerí. Sabe amargo. El ritual suele hacerse con varias personas, pero en esta ocasión sólo estábamos Don Juan y yo. Previo a comer el peyote me comentó que si me daban náuseas, no me preocupara y vomitara en una bolsita que me había dado previamente. "Es normal, es lo que tu espíritu necesita expulsar". Al poco tiempo entré en un estado nuevo de mí mismo. Fui sintiendo una empatía hacia todo lo que me rodeaba. La naturaleza era mi amiga, la amaba. ¡Increíble! Después, el espectáculo visual estuvo de maravilla. Todo estaba más vivo. Los colores brillaban con una intensidad que jamás había experimentado. Don Juan comenzó a tocar un tambor que había llevado, mismo que acompañaba con un canto. No entendía lo que decía. No era importante hacerlo. Era un mantra que me elevaba aún más hacia mí mismo. Cerré los ojos y me dejé llevar por la música. La realidad comenzó a transformarse y yo con ella. Me vi de anciano, de niño y de tigre. Así es, me convertí en un tigre. Hermoso. Cuando abrí los ojos podía ver cómo del tambor y las manos de Don Juan emanaba una energía color azul que se expandía por todo el lugar. Inundaba todo. Sublime. Me penetraba y era electrizante. Circulaba por mi torrente sanguíneo, lo podía sentir y ver. Don Juan dejó de tocar y comenzó a disminuir el efecto. Regresé. Durante el viaje no vomité una sola vez --creo que eso es bueno. Volé y fue hermoso. Ya en tierra, compartí con el chamán mi experiencia y me dio su interpretación. Ahora quiero escuchar la tuya, Víctor.

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