El sábado tocó la tradicional cantina de las fiestas patrias. Me fui con mis amigos y, como siempre que vamos la pasamos muy bien, bebiendo, comiendo y jugando dominó. Nos juntamos en algún restaurante del centro de la ciudad de México y de allí decidimos hacia dónde migrar para con-beber. Es común que coincida nuestra reunión con algún evento en el Zócalo de la capital: conciertos, manifestaciones, exposiciones... Este sábado nos topamos con la Marcha por la inseguridad organizada por los medios de comunicación y secundada por la clase media (esa que nunca sale a manifestarse).
El análisis sociológico es interesante. Primero, ¿contra quién es la manifestación? ¿La inseguridad? ¿El gobierno? ¿Cuál? ¿Los delincuentes? ¿Las empresas que malpagan a sus empleados? ¿Los políticos que dejaron crecer la impunidad en el país? ¿El narcotráfico? ¿Los pobres? ¿Contra quién?
El enojo social fue detonado por la exposición masiva del caso del niño Martí, el hijo adolescente del empresario de Deportes Martí, a quien secuestraron y tras pagar sus padres 5 millones de pesos por su rescate, lo encontraron muerto en una cajuela un mes después. Indigna, claro que sí. Sin embargo, el caso del niño Martí es uno entre miles que existen en la República Mexicana. Ofende que el estatus de esa persona sea la que recibe tal exposición mediática, mientras alguien de menores recursos, con la misma desdicha, ni siquiera es tomado en cuenta. Tal vez sólo como estadística.
El problema mexicano es muy simple: la corrupción. Como ésta se encuentra en todos los niveles, entonces es imposible erradicar el mal. Es, literalmente, un cáncer social. ¿Cómo defendernos si los mismos policías son quienes secuestran? ¿Pero cómo exigirles ética a los policías si sus superiores y empresarios tampoco la tienen? El salario de un agente del orden público es risoria comparada con lo que cualquier jefe delegacional gana. ¿Que en México la iniciativa privada no puede hacer nada para poner el ejemplo? ¿Seguiremos esperando a que papá gobierno nos resuelva nuestros problemas? ¿Seguiremos resentidos hacia el resto de la sociedad? ¿Viviremos por siempre con el estigma del conquistado?
Al salir de la cantina buscamos un metro abierto para llegar a nuestras casas. En la búsqueda terminamos formando parte de la marcha, de esa que piensa que ya lo logró todo por caminar unos kilómetros y encender una veladoras y gritar: "Si no pueden, que renuncien". Nosotros fuimos parte de la marcha que buscaba irse de la marcha, porque la incongruencia desollaba la dignidad.