¿Quién puede negar que somos movimiento? Hace ya muchos siglos Heráclito lo decía: Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Tanto uno como el río han cambiado. A raíz de eso se desató un problema fundamental en la filosofía. Si todo se mueve y nada permanece, ¿cómo concebir y adquirir una verdad? ¡Qué afirmación tan fuerte! Yo no soy el mismo que era hace simplemente un segundo. De hecho, ni siquiera soy el mismo que hace una milésima de segundo y así puedo irme ad infinitum porque los números me lo permiten (se percataron de eso también, ni siquiera las matemáticas lograrían sentar una base absoluta). ¿A poco no les corre adrenalina por las venas al pensar en esto?
Contemporáneo a Heráclito era Parménides, quien afirmaba exactamente lo opuesto. Afirma ante todo el Ser y rechaza tajantemente al devenir, al movimiento. Este último simplemente es una ilusión, porque la realidad Es. Y el Ser no puede No Ser. Pero el cambio, el movimiento, el devenir implica No Ser. Por lo tanto, hay una contradicción entre Ser y No Ser. De allí que el No Ser, el devenir, sea una ilusión. El Ser no puede dejar de ser, pues esto sería contra natura.
Posterior a ellos dos llegó Platón con la intención -y grandes avances en su persecución- de integrar ambas posturas. En el diálogo Parménides lleva a cabo el famoso parricidio al aceptar que el Uno es, pero que también participa de otros. Pues el Uno es al mismo tiempo Uno y Muchos. Es un diálogo apasionante.
El ejercicio intelecutal para amalgamar ambos teorías es generoso. Además, real. Como afirma Heráclito, existe el devenir, el cambio, el movimiento, la mutación. Pero como también señala Parménides, a partir del devenir no puedo construir el Ser, algo que también puedo notar. La Realidad Sensible muta, mientras que la Inteligible no. No hay esquizofrenia aquí. Es una misma Realidad comprendida desde dos perspectivas, los cinco sentidos y la razón. Lo imposible se manifestó.
¿Qué pasa, por ejemplo, con la oruga? Recordando las clases de ciencias naturales de la primaria sabemos que se convierte en una crisálida que a su vez se metamorfoseará en mariposa. ¿Es esta mariposa la oruga? Evidentemente no, pero sin la oruga no hubiera existido la mariposa. ¿Qué de la oruga está presente en la mariposa? El cambio es innegable; no así la permanencia.
Traslado el ejemplo a algo más cercano. Nosotros. Al ser concebidos apenas somos dos semillas aceptándose. A partir de ese momento comienza la mitosis y meiosis y tras nueve meses de formación salimos expulsados hacia el mundo exterior. Vamos creciendo -bebé, niño, adolescente, joven, adulto, anciano- hasta que llega el momento en el que nos morimos. En este momento no me interesa detenerme en la muerte (tema que también me encanta y ya he tratado aquí previamente). ¿Cómo es que soy el mismo al ser el embrión que el cadáver que está en el féretro? No hay una similitud, como tampoco la hay absolutamente entre el bebé que vemos en las fotos y el adolescente. Sin embargo, estamos seguros de ser la misma persona.
¿Cómo resolver el tema de la identidad? ¿Cómo saber que yo soy yo y siempre he sido yo? ¿Cómo lo sabes tú? ¿Lo sabes? ¿Estás seguro?
Se comenta que el primer gran trauma que el ser humano posee es el nacimiento. También creo que es el primer gran cambio que experimentamos. Seguro es más cómodo permanecer en el vientre materno por años, pero eso sería imposible, pues moriríamos. El exterior es agresvio, violento, frío y doloroso, pero necesario. Sólo así podemos mantener el Ser. Curiosamente, no podemos dejar de movernos, pues sólo así lo conservamos absolutamente.
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