16.6.07

Melancolía

Resignado mira hacia el horizonte. Incapaz de adivinar el siguiente movimiento del plan divino. Solitario se encuentra en la tierra, con compás en mano, esperando la orden para trazar una nueva línea. Tal vez, para eliminar una ya gastada. El querubín junto a él se sume en sus propias divagaciones. ¿Cuándo? ¿A dónde? ¿Para qué? ¿Dónde ha quedado el arquitecto? El demiurgo está ausente en la mirada del ángel.

Absoluta quietud. El perro duerme. La balanza permanece idéntica a sí misma. El tiempo es incapaz de un grano más de arena que anuncie algo móvil. Misticismo y geometría, dos elementos que parecen agradar a Dios. No sólo agradarlo, sino muy probablemente también divertirlo. ¿Puede Dios tener diversión? ¿Es posible? ¿Acaso no ello generaría corrupción y degradación en el Ser Supremo y, por lo tanto, contradicción? Tal vez no es Dios sino un demiurgo quien ejecuta la orden. La diversión podría estarle permitida a él, pues está ausente de las categorías que lejos de deificar a Dios, lo han condenado a la eternidad. ¡Vaya condena! ¿Alguna vez han pensado en la eternidad como una posibilidad real de su existencia? ¿No les generó el solo pensamiento una angustia dantesca?

A lo lejos se nota la luz en el cielo. Probablemente un anunciamiento. Algo sucederá. El reloj podría retomar su marcha y con él, el mundo entero. El ángel, sin embargo, permanece. Obediente, como todos los ángeles que decidieron quedarse con Dios para amarlo y entregar su voluntad a él, aguarda en un rincón de la existencia. Este rincón es un muelle donde las embarcaciones salen, pero nunca regresan. Se pierden tras la vastuosidad del océano donde Dios unió la vida con la muerte. La escalera nos indica si subimos o bajamos. Eso sólo lo sabemos nosotros en el momento en el que exalamos nuestra alma con el último suspiro.

¿Qué le ha sucedido a la tierra? ¿Por qué el mundo parece haberse olvidado de lo sobrenatural? ¿Puede el ser humano sobrevivir a la tragedia de haber aniquilado su fuente de estabilidad? ¿Qué es la vida sin una pizca de misterio, de inmortalidad? Sabernos sólo materiales será una espada de fuego contra nuestra propia racionalidad. El elemento sobrenatural ancla al ser humano a la tierra al mismo tiempo que lo proyecta hacia el infinito. Ausentarlo es flotar en un espacio y un tiempo que desconocemos porque no nos es propio. El ser humano es trascendencia, y la materia no lo es. El ángel lo sabe, y por eso recarga su barbilla sobre la palma de su mano. Por eso mira incrédulo al hombre que lo ha ignorado. El ángel allí sigue para el hombre aunque el hombre voluntariamente se haya desecho de su guardián. Consciencia contra consciencia. Búsqueda de sí mismo, negación de sí mismo, afirmación de sí mismo. ¿Dónde estoy yo? ¿Y el ser?

El ángel contempla y espera; el hombre se sienta y olvida. La raíz de nuestra consciencia la hemos extirpado. Es imperativo que la encontremos. Mientras tanto, con compás en mano, nos seguirá esperando a que despertemos. Abrir los ojos duele, ver la luz por primera vez puede ser una terrible experiencia. Así es la vida. Más vale comenzar a buscar la verdad hoy y olvidar la melancolía del ayer. Hasta entonces el ángel permanecerá esperando la orden.

3 comentarios:

Roberto Rivadeneyra dijo...

...y melancólico se quedó este texto...sin comentarios...

Rodricus dijo...

Pues es que aquí late la poesía, Roberto. Y sobre todo, el misterio.

"Y me dijo, llevándose el dedo a los labios: el Ángel del Señor, me ordena callar".

Roberto Rivadeneyra dijo...

Gracias por los versos, Rodricus; son hermosos.