Hace unos minutos que salí de mi oficina para comprar leche y tomar mi desayuno. Pasé junto a una escuela y escuché el llanto de un niño. Calculo, por el timbre, entre 4 y 5 años. Entonces seguí caminando preguntándome el por qué del llanto. Comencé a repasar los momentos en los que los seres humanos recurrimos a las lágrimas o simplemente al berrido.
La primera es la muestra de nuestra existencia: llorar denota que estamos vivos fuera del útero materno.
La segunda surge como medio de comunicación: lloramos para exigir alimento, porque estamos cansados, acalorados, molestos. Es un reclamo que manifiesta atención.
La tercera son los berrinches. Lloramos para demandar un capricho. Responde a la falta de tolerancia a la frustración cuyo origen es la excesiva atención hacia el criaturo.
La cuarta es ante el dolor físico. Lloramos porque nos caemos, raspamos, pegamos. Este llano posteriormente exigirá fortaleza.
La quinta es frente al dolor interno. Lloramos porque se murió nuestra mascota, abuelita, se rompió nuestro juguete favorito, tenemos miedo ante el juguete que de noche se ve terrorífico. El llanto por dolor espiritual es el más profundo. Este no se quita a lo largo de los años. Crecemos y lloramos el amor perdido y nos sentimos abandonados y solos. Es el llanto que nos acompaña hasta la muerte.
La sexta acompaña al coraje. Cuando llega ese momento en el que nos hicieron enojar tanto que las lágrimas ruedan por las mejillas. Aunque en realidad, este es un berrinche adulto.
La séptima es por felicidad. Un suceso fue tan magnífico que inevitablemente produce lágrimas. Aún no conozco esta forma de llanto, pero seguro algún día me tomará desprevenido.
Tras el recorrdido histórico por el llanto lo que puedo concluir es que éste es sobre todo un medio de comunicación que, como cualquier lenguaje, es susceptible de mentiras. También lloramos por chantaje, para evitar que el ser amado nos deje. Allí, mentimos. Sin embargo, el llanto también puede ayudar a equilibrar las emociones. Las personas que guardamos nuestras emociones y rara vez lloramos, en ocasiones sentimos pesadumbre: todo se llena de piedras. También es cierto que así como habemos los que casi no lloramos, están los que lloran en demasía. ¿Por qué? ¿Cuál es el justo medio? Me parece que, como todo, depende de nuestra capacidad para ver las cosas como son: objetividad y humildad para que la fantasía no sea la realidad y para que la realidad no se convierta en un museo. La realidad está viva y eso es lo que dificulta aún más su aprehensión. Ya lo habían visto nuestros filósofos griegos: Heráclito, Parménides y Platón.
Cuando regresé de la tienda y pasé nuevamente por el colegio, el llanto del niño había desaparecido. Risas se escuchaban tras el muro escolar. Había vuelto a la realidad.