EL MUNDO DE EUTERPE
La música es un elemento imprescindible en la vida del hombre. En la naturaleza observamos el inicio de esta inquietud. Platón imaginó al cosmos como un animal vivo cuyas partes subsisten todas en armonía. Desde esta perspectiva, el universo es un gran pentagrama donde todas las notas confluyen perfectamente. Y lo corroboramos a diario. El trino de un canario, el crepitar del fuego, el rugido de una cascada que cae sobre las piedras y estalla, el cascabel de la serpiente que amenaza o, incluso, el silencio del desierto son manifestaciones de Euterpe (la musa de la música).
La música es un elemento imprescindible en la vida del hombre. En la naturaleza observamos el inicio de esta inquietud. Platón imaginó al cosmos como un animal vivo cuyas partes subsisten todas en armonía. Desde esta perspectiva, el universo es un gran pentagrama donde todas las notas confluyen perfectamente. Y lo corroboramos a diario. El trino de un canario, el crepitar del fuego, el rugido de una cascada que cae sobre las piedras y estalla, el cascabel de la serpiente que amenaza o, incluso, el silencio del desierto son manifestaciones de Euterpe (la musa de la música).
Vivimos rodeados de sonidos agradables, de música natural. Si ponemos atención, encontraremos las siete notas musicales en el canto de una ballena, la erupción de un volcán o el soplo del viento entre las hojas. La naturaleza siempre da la pauta para hacer música. Ella es el director que, con su infinita batuta, guía al músico que la imita.
Si la naturaleza crea distintos sonidos según las diferentes circunstancias, es fácil deducir que habrá tantos géneros de música como sean posibles para la imaginación y el sentimiento. El itinerario va desde la clásica hasta la samba y no se detiene allí, supera todos los límites.
Un placer que, considero, nadie debe dejar de experimentar es sentarse en un lugar cómodo para escuchar, disfrutar y hacerse uno con la música. Sin embargo, poder vibrar con cada nota de una melodía requiere de cierta formación. La octava sinfonía de Mahler —De los mil—, la tan famosa quinta de Beethoven o cualquier canción de The Beatles se disfrutan más cuando se puede distinguir un violín de una viola o una flauta del trombón, el bajo de la batería o una guitarra de otra. Aunque es hermoso escuchar estos instrumentos en su conjunto, oírlos por separado también lo es.
La música es, finalmente, un placer intelectual y como tal debe vivirse. Para no quedarnos en la periferia de una obra tan bella como las citadas es necesario tener un tutor que nos enseñe a apreciar este bello arte.
Aaron Copland dice en ¿Cómo escuchar música? que «todos escuchamos la música según nuestras personales condiciones. Asimismo —afirma—, hay tres planos distintos en los cuales nosotros escuchamos la música: el sensual, el expresivo y el puramente musical».
Todos hemos experimentado el primero de ellos; es el primordial, el que se hace sólo por placer. El segundo también es perceptible a simple oída. Pero el tercero es el que requiere de cierta educación. En él debemos escuchar las melodías, los ritmos, la armonía y el timbre de lo que nuestro oído capta. Este último plano es el denominado «puramente musical». En él no sólo somos simples oyentes, sino que nos enteramos de que escuchamos algo. Por desgracia, la gran mayoría jamás lo experimenta.
EUTERPE EN LA HISTORIA DEL LENGUAJE
Todas las musas griegas —Clío (historia), Euterpe (música), Talía (comedia), Melpómene (tragedia), Terpsícore (danza), Erato (elegía), Polimnia (poesía lírica), Urania (astronomía) y Calíope (elocuencia)— eran música, la expresión de un pueblo apasionado: el griego. Un pueblo que nos heredó la cultura, la filosofía, la política y el lenguaje [1]. Así las cosas, música viene del griego musiké. Pero el vocablo no se reducía sólo a Euterpe ni al arte de crear sonidos, sino que englobaba todas las artes, todas las musas; era el arte en general. [2]
El arte es un tanto más complejo. Identificarlo, muchas veces, con la época que representa dificulta su estudio. Lo que los griegos entendían por arte corresponde más con algunos otros términos. La palabra «artesanía», según su uso vigente, comprende sólo una parte del concepto de arte usado entre los ciudadanos de la antigua Grecia. Quizá equivalga más ese término a nuestra noción de «técnica», que a su vez deriva del griego techné.
El ámbito que tenía el concepto griego de arte era más extenso que el que actualmente empleamos. Para el hombre moderno —o posmoderno, ya no sé cuál somos— concierne a las bellas artes. Para los griegos, la esencia del trabajo realizado por un escultor y un carpintero, un pintor y un tejedor, era la misma: arte. No había diferencia en la trama de todas estas profesiones, es decir, una producción realizada con destreza. De haberse heredado esta voz en su sentido literal, es decir, como técnica, tendríamos a los estadounidenses como los máximos creadores, los artistas par excellence, como lo comprobamos en sus certámenes. Para su desgracia, la mayoría de los «vecinos del norte» siguen siendo obreros de la mercadotecnia y no artistas.
EUTERPE VA A LA ESCUELA
Una vez establecidas las diferencias que a lo largo de la historia se han dado entre ambos vocablos, continuemos con el deseo platónico de implantar la música en los centros educativos.
Platón propone como principales modelos de educación la gimnasia y la música. La primera dará vigor al cuerpo; la segunda, al alma. Por lo que todos los ciudadanos deben ser instruidos en ambas disciplinas.
La música engalanará el alma y permitirá el ejercicio de las virtudes. Suavizará el ánima en los arranques de ira y odio para evitar catástrofes. Cualquiera que posea educación musical podrá llevar a cabo la frase délfica: «Conócete a ti mismo».
Como ya dije, no hay tal educación en nuestros días. Quiero decir —no se vayan a ofender conmigo los profesores de música— que no hay una estricta educación musical en las aulas de las escuelas primarias ni en las secundarias ni en las preparatorias; carecemos de musicólogos en las instituciones educativas.
El infante no sólo está perdiendo la posibilidad de disfrutar en toda su extensión la música, sino que además hay otras implicaciones: el aprendizaje en general. Aprender a tocar la flauta o cantar en el coro del colegio no es suficiente para nuestro cometido, aunque puede ser un primer paso que nos ayude a ubicarnos en el pentagrama o a ser entonados. Algunos pocos terminan estudiando música en un conservatorio. Con esta excepción, el propósito de Platón no se cumple: enseñar música para que los niños vayan adquiriendo conocimientos espirituales y morales.
Hay otra razón para inclinarse hacia una enseñanza musical y cuya veracidad ha sido comprobada. La música ayuda a los niños a comprender las matemáticas y otras materias, mientras los aleja de ciertos vicios. Es decir, si existe educación musical, el niño aprovechará mejor su formación estudiantil. Pero con la flauta Yamaha no se incrementa la capacidad para las matemáticas ni la memorización de conceptos, lo cual sólo es asequible en el supuesto de seguir los consejos del buen Platón con el moderno concepto de música.
Pero si retomamos el concepto griego de música tendríamos una educación sobre el arte. Una decisión así implicaría muchísima más dedicación a todas las artes (sin ir más allá, sólo con las siete conocidas) y podrían dejarse de atender otras materias también importantes en la formación del niño.
Si te inclinaste por las Humanidades en el bachillerato es probable que te hayan enseñado un poco sobre historia del arte. Si eres uno de estos afortunados, tendrás algunas nociones de lo que es un retablo, una catedral gótica, la nave principal, una columna dórica, un rosetón, un pináculo, un Da Vinci y un Botticceli. Asimismo, sabrás distinguir un cuadro impresionista de otro surrealista . Sin embargo, de ahí a que te enseñen técnicas de pintura, emplomados, mosaicos o cómo hacer una poesía, la distancia es inconcebible. Aunque atractiva, esta solución no luce tan factible como la pura enseñanza musical.
LA MEJOR ELECCIÓN
Una vez puestas las cartas sobre la mesa, parecería mejor para el alma la opción de enseñar arte, es decir, la que Platón propuso en sus Diálogos. Las ventajas serían: una cultura más redonda y amplia —profunda y real—, alumnos mejor informados, futuros profesionistas con una visión más alegre del mundo y, probablemente, la construcción de ciudades más bellas, como sucediera en el Renacimiento.
No exijamos tanto. La música por sí misma es maravillosa. Su establecimiento como materia obligatoria haría del alumno promedio un buen —o muy buen— estudiante. Los conocimientos de solfeo, ejecución y apreciación, entre otros, incrementarían su capacidad para aprender y llevar a cabo sus tareas de matemáticas sin que éstas sean un fastidio, sino más bien, un deseo, un gusto, un placer.
La música es, sin duda, en uno u otro sentido, un bien para el ser humano que se manifestará en la sana mentalidad de las sociedades. Sabemos que una sociedad sana es la que puede pensar correctamente, que puede resolver sus problemas con menos dificultades. Esta sociedad debe comenzar por ilustrar a los individuos en el arte musical antes que nada.
Lo que sí queda de manifiesto es que la música acompaña la vida de todo mortal. Al escucharla con todos sus elementos, un individuo educado encontrará en una pieza musical un placer infinito, como infinitos eran los ángulos desde los que Borges podía ver los objetos a través del Aleph. El poder de la música queda desenmascarado. No sólo es un placer intelectual o un estudio estético, sino educadora de hombres gracias al grado de abstracción que se requiere para aprender este oficio; pero no nada más para aprenderlo, también para gozarlo.
Un buen músico tiene que imaginar, pensar, sentir lo que quiere transmitir y dibujar instrumentos en el aire antes de ejecutarlos. La música no puede ser ignorada; no debe ser ignorada. Platón —tal vez a sabiendas de sus positivos efectos— le otorgó gran importancia dentro de la pedagogía del ser humano.
Crear música y escucharla son dos placeres que no se quedan al margen de un gusto sino que permiten, además, acceder hacia una contemplación más sincera de la realidad, donde el hombre se sumerge como en una espiral ascendente, en cuya cúspide se halla lo que más anhelamos: la felicidad.
[1] El castellano que todos los hispanoparlantes hablamos tiene como principales raíces etimológicas el griego, el latín y el árabe. Los mexicanos también podemos orgullosamente incluir el náhuatl.
[2] Aunque la mayoría identifica la palabra música (music, musik, musique) con un piano, guitarra o cualquier producción de notas musicales, cuando leemos a Platón en castellano, «música» puede significar tanto la creación de sonidos como distintas disciplinas artísticas.
2 comentarios:
Bien , bien , bien !! me gustó el artículo!!!!
Está bastante bien el articulo aunque creo que hay profesores de musica buenos y malos pero yo con los que tuve aprendi muchisimo se lo aseguro. Unsaludo.
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