Espero tener listo para la siguiente semana el texto sobre las falacias del aborto que estoy preparando. Hoy hablaré de otra cosa. Algo que lleva días, meses y tal vez años dándome vueltas en la cabeza y que ahora comparto tras ciertas reflexiones.
Cada vez soy más intolerante a los diminutivos. Es más, ni siquiera entiendo para qué sirven, para qué se crearon, por qué los aceptamos como parte del lenguaje. Sucede que creo en la verdad y ésta no está sino en la realidad. Pero la realidad sólo la conocemos por medio del lenguaje: sólo cuando puedo nombrar una cosa es que realmente puedo decir que la conozco. A su vez, pensamos bajo una estructura dictada por el lenguaje. ¿Por qué, entonces, disminuir a las palabras? Hijito, Pedrito, florecita, agüita, relojito, tecito, cariñito, amorcito...
Mi conclusión es que quien utiliza diminutivos en su lenguaje diario tiene un problema de realidad. Me explico. Para ello utilizo una frase de TS Elliot: "El hombre es capaz de muy poca realidad". Ver la cosas como son es más complicado de lo que parece --y se dice--. La verdad, como ya anticipé, se funda en el conocimiento de la realidad: el árbol, la manzana, el ser humano... De manera que si nombro a esa realidad diminutivamente estoy reduciendo su carga ontológica a algo que me resulta más accesible a mis parámetros de verdad. Sencillamente la realidad es muy "pesada" para soportarla. Se convierte en una lápida que hay que cargar y por eso la cincelo con cada sufijo -ito o -ita.
Otro principio de la verdad es el de la sinceridad --que acompaña también la honestidad--. Pero ser sinceros es decir las cosas con las palabras justas. Utilizar diminutivos no es hacer buen uso del lenguaje, no es utilizar las palabras justas. Es utilizar las palabras que me permiten aligerar la carga que implica hablar de la realidad, porque, insisto, me pesa. Y claro que la verdad pesa, pero pesa más cuando la hemos querido cincelar. Entre más martillazos le damos, más carga colocamos sobre nuestros hombros (¿nuestra mente?), pues ahora no tengo que cargar una piedra, sino millones... y la cantidad infinita es un lastre mental.
El maquillaje se utiliza para exaltar ciertos rasgos y ocultar otros. Pero la realidad no necesita maquillaje, pues la realidad es. Más nos vale acostumbrarnos a verla tal cual es si no queremos que un día, al despertar, tengamos un infartito al miocardito que nos mande a la tumbita.